Desde el día 31 de marzo no he escrito más que algunas anotaciones en un nota del móvil. Todo lo escribo en el Domingo de Pascua, así que lo que quede por escrito será lo que más he recordado después de los días. Perdón si hay batiburrillo con los tiempos verbales.
31 de marzo del 2023
📍CDMX
Los viernes aquí son casual friday. En el sentido más literal del adjetivo. Me gustaría decir lo contrario, pero la mayor parte de la mañana la dedico a ultimar algunos detalles del viaje a Guatemala con E. Nos vamos mañana, así que tampoco hay margen para mucho más. Hoy solo trabajamos hasta la hora de comer porque una compañera deja el trabajo. Las despedidas no me gustan.
Al mediodía, traen unas pizzas y unas chelas y nos reunimos en la sala de reuniones con música de fondo. Le regalan unas flores del mercado de debajo de casa, nos hacemos fotos y bailamos allí mismo, en la oficina. La gente le dedica bonitas palabras, yo estoy a punto de emocionarme. A medida que avanza el día se va animando la cosa hasta que deciden que vamos a ir a un karaoke coreano.
Llegamos a una puerta y tenemos que subir una escalera parecida a la de un parking. En cada planta hay diferentes negocios como una peluquería, por ejemplo. En el piso del karaoke nos recibe un matrimonio coreano muy mayor que contrasta con las voces alocadas que vienen de las habitaciones privadas. Nos asignan una sala y ahí hay panderetas y luces discotequeras de colores. Guardamos las flores de V. en una cubeta de Coronas.
Al principio, empezamos a cantar con timidez, en grupo, hasta que las cervezas de la tarde empiezan a hacer su efecto bajo el calor de la pequeña sala. Ponen canciones españolas junto a rancheras y otras mexicanas. Cada uno se arranca con lo que más le late, pero ya estamos animados y bailando lo que nos echen. Hago una petición: Ni una sola palabra de Paulina Rubio. Es mi momento. Esta actuación podría parecer improvisada, pero llevaba ensayando muchos años frente al espejo de mi habitación. V. me corea: "L. ya es mexicana". Palabras...
A. y yo nos miramos de un lado a otro de la sala porque lo estamos pasando muy bien, pero hemos quedado con amigos para hacer la previa de la noche en casa. Vamos retrasando la hora de la cita de canción a canción. De repente, ponen RBD. Lo damos todo. Vaya himno, tú. Mi preadolescencia hecha canción. El haber sido fanática de RBD es un dato que ocultaba hasta llegar aquí donde es un grupo casi patriótico y sobre todo, nostálgico. Es decir, algo hiper mexa.



Nos despedimos de nuestros compañeros y bajamos corriendo las escaleras, caminamos rápido por las calles que nos llevan a casa y allí esperan ya nuestros amigos. E. está animada y yo también después de toda la tarde, claro, así que cambio mis planes de noche y vamos a la fiesta con los chicos. Mañana volamos por la tarde, así que se puede.
Nos juntamos un buen grupo de personas en la terraza. Entre ellos está también M., que lo conozco de Donosti a través de N. desde hace varios años ya. Hablando de la relación con nuestros roomies, A. dice: "L. vive con la música". Muchas mañanas no le escucho cuando me da los buenos días porque ya me he puesto los auriculares nada más despertar. En mi opinión, somos los compañeros del piso del año. A. me corrige: "¡De la década!".
En un momento, nos quedamos las chicas en un corrillo. En dos semanas, vamos de viaje juntas a Oaxaca. Comentamos un poco la jugada y ya es momento de irnos a la fiesta de la que acabamos de comprar la entrada. Esta semana la cosa va de improvisar.
Es la tercera vez que vamos a esta fiesta. Esta vez la hacen en un frontón más grande y cerrado. Dentro hace un calor tremendo, hay muchísima gente y sudamos hasta por las pestañas. La noche es divertida.
1 de abril del 2023
📍CDMX-San Salvador-Ciudad de Guatemala-Antigua
Llega el día del viaje semi-improvisado con E. Quedamos para desayunar en un lugar cercano a mi casa para ir desde allí al aeropuerto. También viene A. No mi A. que está convaleciente en casa. Cuando se despierta, me manda un mensaje para desearme buen viaje. Me pido unas enchiladas que hacen que eche menos de menos la tortilla para desayunar. Para beber, un jugo de naranja y un café con leche que viene en una taza del tamaño de mi cabeza. A mi madre le encantaría eso.
Nos despedimos de A. y agarramos un taxi al aeropuerto. A todo esto, E. y yo hemos dormido poquísimo por haber salido, preparado la mochila y hacer el check-in. Justamente nos toca un taxista que no para de hablar. Él solo enlaza un tema con otro. E. y yo nos miramos porque entre el calor y la chapa, tenemos la cabeza como un bombo. Llegar al aeropuerto siempre está guay porque significa que vas a conocer un sitio nuevo o vuelves a algún sitio de tu elección, pero esta vez la satisfacción es doble.
Esperando para embarcar, hablamos con un chico muy joven que también va a El Salvador. Cuando me pregunta por el significado de mi nombre le digo que es una virgen navarra. "¿Eres creyente?", me pregunta. Es la segunda vez esta semana que me lo preguntan. Siempre me recuerda a P.
Con la cabeza apoyada en la ventana del avión, me caen tres lágrimas por la cara. Como a Frida. Pienso que, a veces, tengo muchísimo miedo. A la muerte y a la vida. Sobre todo a lo segundo. Mientras se prepara para el despegue y con la nave en movimiento, me doy cuenta de que es una sensación paralizante. Por eso, es mejor no pensarlo mucho. Simplemente he dormido tres horas y estoy a punto de volar a lo desconocido. Cuando tienes tendencia a la épica, hay que ser práctica.
El niño del asiento de delante deforma el planeta Tierra en el iPad. El amanecer es naranja butano. El color del castigo. Una vez, de pequeñas, mi prima y yo dejamos calva una planta del corral de mi abuelo y pintamos la maceta de ese color. Nos castigaron sin salir esa noche. No recuerdo ningún otro castigo.
Esta vez sí atiendo a las indicaciones de la tripulación, pero solo puedo fijarme en el reloj que lleva el azafato. Estoy atrapada en su esfera negra rodeada de un anillo dorado con una cadena que combina el oro y la plata. Leo un rato para no pensar, pero en este capítulo Paz habla de la muerte. Escribo a lápiz en la última página: "No soy valiente, solo tengo hambre".
Desde El Salvador, cogemos un avión a Guatemala. En el segundo vuelo, observo a un matrimonio sentado a mi lado. Cuanto más se le notan las arrugas de alrededor de los ojos a la mujer, el hombre más aprieta en sus manos las de ella. Dar la mano me parece un gesto perfecto contra el miedo. Dar la mano me parece un gesto perfecto, en general. La unión, la comunión, la burla a la soledad, el cariño, la atracción... Se encierran muchas cosas entre los dedos entrelazados.
El aeropuerto de Guatemala se llama La Aurora. Hacemos una gran cola para pasar inmigración. Un señor mayor de sonrisa amable y borsalino negro me presta un boli para rellenar el formulario. Acaricio la cabeza de un perro hasta que al girarme descubro que es de seguridad y que a su correa está unida una chica que no sonríe y me hace abrir la mochila. Después de esto, salimos a la entrada para ir a nuestro siguiente destino. Los familiares esperan en la puerta en grandes grupos como si estuviera a punto de llegar una súper estrella y los fans esperaran con la mirada fija en la puerta de salida. Los reencuentros sí me gustan.
Pedimos un taxi para dirigirnos a nuestro próximo destino. Son las once de la noche. El taxista escucha EDM (Emotional Dance Music) y tiene todos los cristales del coche tintados. Se desliza rápido por unas carreteras anchas, iluminadas y en buen estado. Parece un videojuego. Suena The Blaze, hay muchos McDonald's en el camino, acelera en las curvas.
Llegamos a Antigua. El pueblo tiene pocas y tenues farolas. Notamos la llegada porque pasamos de un asfalto suave a un suelo empedrado. Primero, baja E. a su hostal acompañada del chofer. Después, me lleva a mi albergue. En la puerta espera un chico muy joven. Me dirige a mi habitación. Es la una de la noche. Tengo solo cuatro horas para dormir. De las cuatro literas, dos están ocupadas por dos chicos. Intento no pensar mucho en eso. Me cuesta dormirme porque aunque se supone que la recepción está abierta 24 horas, alguien que llega un rato después de mí, se encuentra la puerta cerrada.
2 de abril del 2023
📍La Antigua
Nos despertamos a las cinco de la mañana, cada una en su alojamiento. Quedo con E. para dejar mi mochila en su habitación ya que no hay locker donde me quedo. Tenemos que estar a las seis de la mañana en un punto del pueblo llamado Fuente de las Delicias. Vamos de excursión al Pacaya, el volcán más activo del país. Como llegamos tarde en la noche, tenemos que comprar agua y alimentos en una cafetería convenientemente situada frente al autobús. Si la mencionada fuente emana café, entonces entiendo su nombre. Está muy bueno.
Para ir a la excursión, vamos en microbús cruzando pueblos. En uno de ellos, todas las mujeres van con el traje típico guatemalteco. Cada una con diferentes combinaciones de colores. Los trajes típicos de Guatemala los forma una blusa, llamada huipil, una falda que se envuelve alrededor de la cintura, llamada corte; una especie de faja formada por una tela de alrededor de 2 metros y el tocoyal, una cinta enrollada que se coloca en la cabeza para cargar objetos. Las madres completan el conjunto con una pieza llamada tzute, una tela rectangular que sirve para cargar a los bebés a la espalda. El chofer se santigua en muchas curvas.
Además de no tener ni agua y alimentos para la excursión al principio, tampoco tenemos efectivo. Así, al llegar a la entrada del parque natural, nos quedamos sin saber si podemos entrar. Preguntamos a un matrimonio español si nos presta los quetzales que necesitamos. La señora huye mientras me dice que no. Una chica costarricense nos lo presta. Siempre confío en la bondad y caridad de las personas (hasta que me demuestren lo contrario). Igualmente, somos unas pardillas, unas con suerte.
El principio de la caminata es una pendiente perfecta. Vamos quitándonos capas a medida que subimos. Llegamos a un mirador desde el que se ven otros tres volcanes: El Acatenango, el de Fuego y el de Agua. El cielo está despejado. Hace muy buena mañana. El sudor cae por nuestra frente como la lava cuando baja lenta por la falda del volcán.
Llegamos a un punto frente al Pacaya que está humeante. La lava solidificada tiene diferentes colores dependiendo de su edad. Las piedras son ligeras: Piedra recinto, el mismo material que algunas esculturas del Museo de Arte Moderno. Comemos nubes de azúcar calentadas en un pequeño cráter. Bajo el volcán, nos reunimos un grupo de paseantes junto a caballos que miran tiernos e indiferentes. Después, saltamos por unas dunas de arena volcánica. Me caigo varias veces. No puedo decir que he ido a una montaña o un volcán si no me caigo al menos una vez. Así me pasa.



Fin del recorrido. Estar en un volcán me parece una experiencia preciosa, vivir cerca de él sería un recordatorio diario de que hay que disfrutar de la vida. Hoy estamos aquí paseando por este fenómeno de la naturaleza y mañana quién sabe. P. me escribe para decirme: "¿Sabes que en La Garrotxa (Catalunya) hay un volcán con una ermita en el centro, no?". No lo sabía, pero es el tipo de información que me interesa.
Le preguntamos al chófer dónde podemos ir a comer en Antigua. Así, después de darnos una buenísima y necesaria ducha, nos dirigimos al Rincón Antigüeño. Es Domingo de Ramos, así que la gente lleva sus palmas preciosas y hay creaciones con arena de colores en las calles por donde después pasan las procesiones. En el restaurante, tenemos que hacer cola a pleno Sol y las personas se dan sombra con sus ramos de palma.
Recién duchadas y de nuevo sudadas, nos sentamos en la mesa. Desde ella, vemos cómo varias mujeres no paran de preparar tortillas. Palmean y las hacen en una gran plancha redonda. Comemos un plato típico de estofado con arroz y ensaladilla rusa. Con tortillas recién hechas. Súper buenas. El local es enorme, tiene un techo alto y está lleno de vegetación. La conversación brota igual de frondosa hasta que nos dan claras señales de que están cerrando.
Queremos ir al Mercado de Artesanías. Es difícil llegar a él porque hay varias procesiones simultáneamente en diferentes calles del pueblo. Un grupo de mujeres carga tres imágenes en un paso que se ve pesadísimo. Una de ellas lleva a su hijo en un brazo y al otro el peso de su fe.
En el mercado, los vendedores son muy intensos. Además, hay que regatear. La chica que me vende una blusa blanca bordada me dice que por las procesiones, la tarde ha estado "muy silenciosa". Después, me pruebo una falda típica. La señora es muy agradable y me deja probarme un poncho huipil con flecos que tiene un bordado de colibrís y flores increíble. Le digo que es una pasada, pero que no me veo yo llevando eso en mi día a día, claro. Me llevo la falda. E. tiene un objetivo: cinturones típicos de piel y bordados coloridos. Son preciosos.
La vida de turista es agotadora. Abandonamos el mercado con nuestras primeras piezas de artesanía local y vamos a una terraza para ver el atardecer. Desde allí, pueden verse las humaradas del volcán Acatenango, la figura preciosa del Pacaya y cómo deja de ser de día para ser noche. Es mi momento favorito del día, aunque paradójicamente es cuando mi vista peor ve. Con unas cervezas Gallo, E. y yo hablamos de la vida y la muerte. El único vibe aceptado cuando estás rodeada de volcanes.



A las nueve cierran la terraza, así que nos vamos a cenar para ir pronto a dormir. Estamos agotadas de todo el día. En la cama metidas escuchamos la música de una procesión nocturna mientras un cuadro surrealista de papayas nos hace preguntarnos si las papayas están tomando el Sol o se están dejando. Apagamos la luz y al segundo, dejamos de escuchar la música y ver papayas.
3 de abril del 2023
📍La Antigua-Flores
Nos despertamos increíblemente descansadas. Las últimas 72 horas han sido intensas. Vamos a desayunar a un sitio en el que me fijé en el paseo de ayer y que sin saberlo tiene una terraza preciosa con vistas a la Iglesia de la Merced. Las sillas de hierro están cubiertas con cojines bordados típicos de la zona. Me flipan. Comer en Guatemala es muchísimo más barato que en Ciudad de México, menos mal.
Desayunamos tranquilamente y de nuevo vamos en la búsqueda de tesoros artesanales. Bromeamos con que no nos dejarán entrar por tráfico de artesanías. Hoy vamos primero a un mercado más "guiri". Allí, andas libremente por pasillos llenos de productos típicos: ropa, belenes minúsculos, figuras talladas de santos, máscaras, decoración... De todo. Los colores son un sueño. Los echaré de menos cuando vuelva a casa.
Volvemos al mercado de ayer con el objetivo de regatear como Messi. Me compro un vestido largo con fruncido que me gustó ayer, la mujer no me baja ni un quetzal. Se ha intentado. El arte del regateo no está entre mis habilidades. De ahí, caminamos hacia el ex-convento de Santa Clara.
En el camino, encontramos una tienda donde E. y yo nos compramos un colgante de corazón hecho de Jade. En Guatemala, hay 42 jades diferentes. El señor nos muestra los trozos de piedra de los diferentes tonos que hay.
Llegamos al ex-convento. Son unas ruinas resultado de varios terremotos que derribaron la construcción original. Es el único de La Antigua Guatemala que tiene la fachada de su iglesia dentro del complejo, esto es, oculta de la vista exterior. Tiene un jardín precioso con aves del paraíso y más flores preciosas. Pedimos un deseo en la Fuente de los Deseos, pero no conseguimos meter el quetzal en el vasito que hay en el centro, así que tendremos que reservar ese deseo para otro momento. De ahí visitamos otros dos templos por fuera. Uno de ellos, la iglesia y convento de Nuestra Señora de Belén, me fascina con su fachada.



Después de la mañana de turismo religioso, vamos a comer. Tenemos unas horas más aquí y partimos hacia Flores en un autobús nocturno. Un shuttle nos lleva hasta Ciudad de Guatemala, allí cogemos el autobús que será nuestra cama de esta noche. Conocemos a un español que está trabajando como voluntario en La Antigua. Nuestros amigos desde Ciudad de México nos escriben porque se ha activado la alarma sísmica: ha habido un sismo en Puerto Escondido. En la ciudad solo se siente el ruido de la alarma y el bullicio de la gente fuera de los edificios. Todo bien. Un señor mete dos gallinas en el maletero del bus anterior al nuestro. Las estaciones de autobús son una cosa...
4 de abril del 2023
📍Flores
Llegamos a Flores a las cinco y media de la mañana. Al bajar del bus, todos los taxistas se acercan como moscas para ofrecer sus servicios. Yo no sé ni dónde estoy porque acabo de despertarme en ese momento. Le pido por favor a uno de ellos —especialmente insistente— que nos deje pensar. El chico que conocimos hace unas horas nos dice que podemos ir al pueblo andando. Nos despedimos del señor que refunfuña y nos advierte que es peligroso. Literalmente, tardamos 15 minutos en llegar por una carretera recta donde solo hay gente preparando sus puestos de fruta.
Con el amanecer, llegamos a nuestro hostal y reservamos la excursión a las ruinas de Tikal. El Sol forma una esfera de fuego perfecta. No hay hueco en el turno de las siete de la mañana, así que reservamos el tour a las ocho y tenemos tiempo para darnos una ducha y desayunar. El sitio que nos recomiendan tiene una fachada con colores pastel y un comedor abierto a la calle a través de unos arcos. Los camareros se gustan. Qué monos.



Nos recoge el dueño de nuestro hostal para llevarnos hasta el punto desde donde sale el autobús. Es justo en la entrada del pueblo, que es donde pueden llegar los vehículos. Flores es una isla rodeada por un gran lago. De camino a las ruinas, nos dormimos en los incómodos asientos del pequeño bus.
Señales que advierten de la presencia de serpientes anuncian que ya hemos llegado. La antigua ciudad Maya de Tikal constituye el asentamiento prehispánico más extenso del país. El lugar fue declarado por la UNESCO como el primer sitio Patrimonio Mundial Cultural y Natural de la Humanidad. Olé.
Llegamos poco antes de mediodía y el calor es infernal. No paramos de sudar. Uno de los guías nos hace precio más barato que a los turistas de habla inglesa. De lujo. El guía que nos ha tocado nos va contando la información de forma desordenada. Subimos tres pirámides de forma más o menos ordenada. Las escaleras de madera para subir no son nada confiables. Las vistas desde arriba hacen que no importe eso.
Volvemos de las ruinas como unas ruinas. Estamos derretidas. Descansamos un poco, nos duchamos y salimos a ver el atardecer a una terraza que nos han recomendado. Después de subir cinco pisos, llegamos a una terraza, la más alta del pueblo, desde donde se puede ver el lago a un lado y la iglesia blanca bañada por la luz dorada. El atardecer es precioso: El Sol se esconde rápido tras una nube manchando el cielo de rosa y naranja.



Al rato de llegar allí, se nos acercan dos chicos guatemaltecos que nos invitan a sentarnos con ellos. Parecen majos, así que acabamos sentadas con ellos y… su madre y hermana. Son de Ciudad de Guatemala, pero tienen una casa en Flores. Finalmente, vienen con nosotros al restaurante donde pensábamos cenar. La madre cuenta que cuando visitaron Tikal, un jaguar se les cruzó tranquila y elegantemente por delante del coche.
La hermana utiliza la palabra cabal en vez de capaz como conector. Me parece una bonita forma de hilar las cosas de forma exacta, coincidente y no aproximada. Lo contrario a como suelo expresar las cosas especialmente cuando estoy nerviosa. Queremos pagar nuestra parte de la cena, pero no nos dejan, dicen que eso es una falta de respeto.
Bajamos por las coloridas calles del pueblo hasta llegar a nuestro hostal. El lago se cuela por algunos callejones. E. y yo acordamos que Guatemala nos parece un lugar seguro. Suponemos que esto es principalmente porque nos hemos movido en sitios turísticos. Igualmente, estos lugares están mucho más iluminados que algunos en México y la luz siempre hace que todo parezca más seguro.
5 de abril del 2023
📍Flores
Después de la tralla de ayer, nos tomamos el día más tranquilo. También porque hacen casi cuarenta grados con humedad, así que el cuerpo no da para mucho más. Vamos a desayunar a un sitio que nos recomendaron. Para llegar, tenemos que meternos por una calle paralela al lago ya que el camino junto a él por el que nos lleva Google Maps está inundado.
Nos sentamos en la terraza desde la que se ve el lago con toda su vida. Hay barcas navegando y hasta una llevando un 4x4 de un extremo a otro. Nos motivamos y pedimos tostadas de aguacate con huevo y con plátano frito y unos gofres con Nutella, fresas y plátanos. También nos traen un bol con papaya, piña y sandía que tienen un sabor espectacular. Nos hemos pasado.
Después del desayuno de campeonas, caminamos bajo un Sol abrasador. Cada casita tiene su combinación de colores pastel. Súper bonito. Visitamos diferentes tiendas de artesanía. Me compro un bolso con todos los colores posibles que me encanta.



Hacemos una parada en el hostal: el calor es demasiado fuerte. Sin hacer nada ya sudas. Decidimos ir de nuevo a la terraza donde estuvimos ayer. Tomamos unas Gallo bien frías, nuestras frentes están como con la condensación del botellín. No tenemos intención de comer pero hoy viajamos de noche, así que un poco antes de irnos pedimos un par de cosas.
Cruzamos el puente de la salida de Flores camino a la estación de autobuses. Tenemos una pinta… El atardecer del día lo confirma. La luna del autobús en el que viajamos hoy tiene un vinilo que dice: “Dios Te Bendiga” y debajo “Amigo Solo Dios”.
🧡