6 de abril del 2023
📍Flores-La Antigua-Panajachel
En el bus nocturno, Dios más bien nos maldice con el aire acondicionado a tope. Pasamos más frío que en la comunión de Pingü. En medio de la noche, sube un militar con gafas de sol y pasamontañas y me pide el pasaporte. Un poco como una aparición de la parálisis del sueño. Llegamos a Ciudad de Guatemala a las 5 de la mañana y los taxistas nos ofrecen sus servicios en inglés. A lo largo del viaje hay personas que aunque respondas en castellano te siguen hablando en inglés por acto reflejo (esto en zonas turísticas). Nosotras mismas incluso respondemos en inglés a veces. Idiomas, querida.
El taxista que nos lleva a La Antigua tiene puesta una emisora solo de reggaeton. Con el mal cuerpo del viaje en bus y la sensación de desorientación por todos los días del viaje, el reggaeton suena duro. De nuevo, sentimos el traqueteo de las calles de la antigua capital del país. Flores me ha encantado, pero Antigua me parece tan bonita que creo que en el ránking de sitios que hemos visitado en Guatemala es el número uno. Así.
Vamos a reservar el shuttle a Chichicastenango, pero nos dicen que por ser Jueves Santo, no hay mercado, así que decidimos ir directamente a Panajachel. Vamos a desayunar tranquilamente, tanto que casi perdemos el bus. Pedimos unos huevos Benedictinos (que traen otra salsa que no es holandesa). Se nota que esta es la parte más White Lotus del viaje.
En el shuttle a Panajachel, una mujer coloca una chaqueta sobre su hombro para que su pareja se acurruque. Desde mi asiento, pienso que están muy enamorados. Estar enamorado es una cosa… Nunca se ve la vida con tanta claridad como cuando lo estás. Además, lo material, la vida, la muerte, todo da igual. Solo importa el amor, la intimidad, los besos. Suena muy cursi, pero es así.
Al ver la gente en los pueblos viviendo su rutina, vistiendo sus ropas y junto a su grupo de familiares o amigos, pienso en cuando el viernes, al enviar ‘La primavera’, A. me escribió para desearme ánimos. Ese detalle me emocionó mucho. Tengo que esforzarme para recordar su cara y cuando lo hago, ni siquiera es su cara actual, es el aspecto de un recuerdo. No nos vemos personalmente desde hace siete años.
A las 9 de la mañana ya estamos en nuestro hotel del pueblo principal del Lago Atitlán. Nos agenciamos una palapa al lado de la piscina y estamos ahí hasta la hora de hacer el check-in: Cargando el móvil, leyendo un poco y comiendo un humus con unos jugos buenísimos. La piscina está rodeada de buganvillas, palmeras y vegetación que me sigue pareciendo mentira de tan espléndida que es.
Dejamos nuestras mochilas en la habitación y vamos a comer a un sitio recomendado de tacos. Salir del hotel al centro del pueblo es todo un shock. Las calles son bulliciosas, muy polvorientas y se respira contaminación. Nos alejamos por unas calles más sucias aún y llegamos a una especie de polígono donde se encuentra el restaurante. Es muy barato y está buenísimo. Son las cinco de la tarde. Nuestros horarios están un poco descuadrados con todo el trajín de los viajes.
Le pregunto al cocinero si en Guatemala comen picante y me responde que solo en ciertas zonas. Le he puesto una salsa que se supone que es picante y no me pica nada. ¿Mi tolerancia ha mejorado o simplemente no pica? No lo sé, seguiremos jugando.
Salimos llenísimas de allí directas a la calle principal que se llama Santander. Toda la calle está llena de puestos de artesanía. Nuestra perdición. Hoy analizamos lo que tienen por ofrecer, comparamos y mañana veremos.
Caminamos hasta el final donde nos encontramos con el Lago Atitlán, un cuerpo de agua que está en un enorme cráter volcánico. Está rodeado de colinas verdes empinadas y unos volcanes con impresionantes conos agudos. Cuando llegamos ya está cayendo la noche y está nublado, así que no se ve todo lo bonito que podría verse.
La orilla está llena de barcos con luces de neón y te avasallan para dar una vuelta nocturna. Nos da un poco de pena porque creemos que no veremos la Luna rosa por las nubes. Volvemos al hotel y el recepcionista nos invita a ir a un pub crawling y después a la fiesta que hay en el beach bar. Tiene una cara redonda, amable y una sonrisa preciosa. La gente en Guatemala es amable y muy sonriente, en general. Cuando les das las gracias te responden: “Para servirle”, algo que critica mucho Paz de los mexicanos, pero que se extiende más allá de las fronteras mexicanas.
Después del día que hemos tenido, lo más que alcanzamos a hacer es tomar una cerveza fría en la piscina. Las sillas son tipo Acapulco, pero incomodísimas. Decidimos movernos a unas hamacas, pero están húmedas, así que acabamos en una mesa recogida desde la que descubrimos la Luna llena mirándonos desde el cielo. Esto nos pone místicas y hablamos un rato de astrología. Esto me recuerda a un capítulo muy bueno de Carne Cruda que escuché titulado: ‘Vuelve el horóscopo: viejas creencias para nuevos miedos’.
Ya fue. Ya no damos para más. Es hora de dormir en una cama como Dios manda.
7 de abril del 2023
📍Panajachel
Como ayer nos fuimos muy temprano a dormir, nos despertamos pronto para desayunar y empezar otro día de turisteo puro. Hoy vamos a visitar San Juan y San Pedro, dos pueblos al otro lado del lago.
Desayunamos unos bowls de avena (somos un meme), jugos de naranja y café. Con esto, tenemos energía hasta dentro de un rato. Literalmente, en este viaje lo que más hemos hecho ha sido comer y comprar artesanía. En resumen, gastar. Menos mal que este país es más barato que México.
Antes de llegar a la orilla del lago, un señor ya nos invita a ir en su embarcación hacia los pueblos que queremos visitar. Al llegar a la barca, nos encontramos con un padre e hijo colombianos que conocimos en la excursión a Tikal. Nos comentan que han rentado un coche y que, si queremos, pueden llevarnos a Ciudad de Guatemala mañana. Eso que nos ahorramos.
La barca va pegando botes sobre el agua que está como una plancha. Me siento en Port Aventura. Llegamos al primer pueblo: San Juan de la Laguna. Hay muchas callecitas en pendiente, mucha gente y sobre todo, muchos tuk-tuks. La primera subida desde el embarcadero está llena de ropas típicas y galerías de arte. En este pueblo hay muchas asociaciones de mujeres dedicadas a la fabricación de textiles.
Muchas paredes tienen murales hiper coloridos y pases por donde pases, hay música. Como hace mucho calor y en este pueblo todo son cuestas (¡parece mi pueblo!), pillamos un tuk-tuk solo para hacer check. El señor nos pone música muy alta y baja las cuestas como si fuera la Estampida. Port Aventura de nuevo.



El agua más consumida en Guatemala se llama Salvavidas, un muy buen naming teniendo en cuenta que en este país te deshidratas en menos de lo que canta un Gallo (la cerveza más consumida se llama Gallo).
El pueblo es muy mono, pero a mí me agobia un poco. Hay tanta gente y tanto movimiento que es demasiado. Nos vamos al embarcadero y allí pillamos una barca pública que finalmente se hace privada porque solo viajamos E. y yo. El volcán San Pedro nos vigila.
San Pedro es igual que San Juan, pero con más gente joven. Vamos directamente a comer a un restaurante que nos ha recomendado una amiga. ¿Comida típica guatemalteca? No, israelí (ejem…). Nos pedimos un arroz, un sándwich y un humus buenísimo. El local tiene unas vistas increíbles sobre el lago.
Damos una pequeña vuelta por el pueblo ya sin muchas ganas, aunque hay bastante ambiente. Antes de irnos, tomamos unos dulces. ¿Por hambre? No, por gula. E. una tarta de almendra con fresas y yo un cruasán de Nutella. Podríamos ir rodando hasta el embarcadero. La vuelta en barca va a ser divertida.
Nos montamos en una barca repleta de gente. Del Sol de esta mañana pasamos a una tarde nublada. Cruzando el lago Atitlán, una línea de fuego quema un campo. Pienso en qué seres habitarán aquí y me acuerdo de la leyenda del monstruo del Lago Ness. El ser humano puede creer en una foto borrosa.



Antes de volver al hotel, pasamos por los puestos en los que habíamos fichado productos. Ayer habíamos hecho una lista de deseos cada una. Nos volvemos locas por última vez y ya tenemos una nueva personalidad. Esto me hace pensar en la apropiación cultural…
Es nuestra última noche aquí, así que decidimos salir un rato. Dejamos nuestras compras en la habitación, nos adecentamos y vamos a tomar una Gallo a la terraza del hotel, que se está muy a gusto. E. y yo hacemos balance del viaje y estamos muy contentas, así que ya solo quiero volver a viajar con ella. De allí ya tiramos para el beach bar y al principio está todo tranquilo. Al rato se anima la cosa.
Un chico que se nos acerca me dice que E. es la mujer de su vida. Ay, cosita. Es un bebé de 23 años. A los guatemaltecos se les dice chapines. En fin, creo que subimos ligeramente la edad media de la fiesta, pero nadie lo sabe. Simplemente somos dos locas de la crema solar.
La fiesta acaba pronto, pero conocemos un mexicano que nos invita a ir a otro lado. Decidimos ir y al llegar, está cerrado, así que (cómo no) acabamos comiendo unos tacos. No podemos huir de ellos. Lo pasamos muy bien. Ya tenemos la mochila preparada, así que caemos rendidas en la cama. No me puedo creer lo rápido que pasa el tiempo cuando estás feliz.
8 de abril del 2023
📍Panajachel-Ciudad de Guatemala-CDMX
Quedamos con los colombianos en su hotel para que nos lleven en coche a Ciudad de Guatemala. El viaje es tranquilo: no hablamos mucho y la música y conducción son buenas. Nos dicen que cuando hicieron el viaje a la inversa, fueron por la carretera vieja llena de “curvas y abismos”. Esto último para referirse a acantilados, me imagino. Me gusta el término.
Subimos montañas, las bajamos, pasamos por un pueblo que se llama Los Encuentros, pasamos por un cartel de propaganda que dice “No mentir, no robar y trabajar”, otro que dice Jesucristo le ama en un tamaño visible desde bien lejos, incluso con mis ojos miopes.
Llegamos al aeropuerto de Ciudad de Guatemala. Nos dejan en la empresa de alquiler de coches, casualmente frente a una imagen de las ruinas de Tikal, donde nos conocimos. Todo es cíclico. Adiós muy buenas y muchísimas gracias. La gente es muy generosa, a veces. Me pone un poco triste que esto me sorprenda.
Entramos al aeropuerto, es muy pequeñito. Hoy el día consiste en visitar aeropuertos. Primero este, luego el de El Salvador y por último, Benito Juárez. Al embarcar y pasar el QR de mi tarjeta de embarque, me hacen esperar. Me preguntan si tengo viaje de salida de México. La verdad es que no. OK, pase. Problema de México, pensarán.
Al llegar a El Salvador, nos sentamos en un restaurante que tiene A3Series en las pantallas. Ver a los personajes de Aquí no hay quien viva con el desfase que llevo me parece tierno, como que me saca de donde estoy y me lleva a mi casa. E. y yo apenas hablamos ya. Nuestras caras son un poema.
En El Salvador, registran las mochilas manualmente. Nos da muchísima vergüenza porque, sinceramente, huelen fatal. Es lo que hay. El tío que me hace el registro, llama a su compañera para que me cachee. Todo manual. Nos quedamos en la sala de la puerta de embarque chupando el Wi-Fi. Mi algoritmo de TikTok ha dejado de mostrarme contenido de rupturas a algo mucho peor… contenido de amor. Qué es el amor, teoría del amor, la espera del amor verdadero, las expectativas… Lo cierro. Estoy demasiado cansada para esto.
Monto al avión y me duermo. Ya son las once y treinta y cinco de la noche. Es un vuelo de dos horas. Al llegar a Ciudad de México, tenemos que pasar por inmigración. No sé hasta qué punto puedo contar de esto para no tener problemas legales.
Simplemente decir que el tipo es muy rudo y yo estaba muy desubicada como para responder a todas las preguntas que me estaba haciendo. Desde luego, es un gran profesional. Hasta aquí puedo leer.
9 de abril del 2023
📍CDMX
Es el cumpleaños de S. Para mí, ese es el evento más importante del día. A altas horas de la noche, ya siendo domingo, le escribo unas palabras como salen al momento. No improvisadas, pero sí como las siento. Los kilómetros se acortan con audios infinitos. Te quiero mucho.
Despierto de un sueño profundo con algún que otro sueño del que recuerdo algún detalle. Sorprendentemente (qué palabra más larga), lo que más me apetece hacer es poner una lavadora con toda la ropa del viaje. Ese es el nivel. Mientras se acaba el programa, veo vídeos de YouTube.
Tiendo y me voy a desayunar unas enchiladas al mismo sitio en el que estuve el día que viajamos a Guatemala. Me recuerda a mis primeros días en la ciudad, cuando A. y yo vagábamos sin tener ni idea del punto exacto en el que estábamos. El camarero es el mejor: simpático y profesional. Desayuno mientras escucho un podcast sobre (¡sorpresa!) el amor.
Cuando acabo, me dirijo hacia Chapultepec por Reforma. Como la avenida está cerrada al tráfico, desbloqueo una bici y pedaleo con mis auriculares puestos. Es mediodía, así que el Sol está pegando fuerte. Hago un poco de compra y vuelvo a casa.
De repente, me atrapa un sueño y no lucho contra él: me duermo una siesta de babilla. Qué rico. Me alegro de tener un día para descansar antes de volver a la rutina. Pequeños placeres. Live. Love. Laugh. Todo eso. Pienso:
💭 Comidas que echo de menos estos días:
Torrijas
Steak tartar
Nestlé Jungly
Hornazo
A media tarde, me pongo a escribir los primeros días del viaje. De fondo, otra tormenta primaveral. Algunos truenos retumban en mi teclado. Está justo encima. Los rayos compiten con la luminosidad de la pantalla. Eso me entretiene unas horas hasta que siento muchísimo cansancio. Es hora de dormir.
FIN
El próximo lunes vuelve la programación habitual contando qué tal una nueva semanita. Que seáis muy felices. Un besito <3