Diario de viaje: Oaxaca de Juárez
Postal del viaje con amigas a una ciudad colorida, preciosa y deliciosa.
21 de abril del 2023
Como rápidamente mi tupper de pasta. Después de una despedida como si no nos fuéramos a ver en una temporada con A., bajo a coger mi taxi al aeropuerto. Con las pocas horas de sueño y la modorra, me quedo acurrucada en los asientos traseros y hago algo que nunca hago al viajar en taxi: ponerme los cascos. Con mi música como banda sonora, descubro nuevos carteles, edificios y personas, aunque me fijo en los mismos puntos que tengo de referencia para el trayecto hasta la Terminal 1.
El tráfico es algo pesado, pero llego bien. E. ya está en el aeropuerto. Al llegar, quedamos en una puerta, hacemos repaso rápido de los temas que no hemos comentado a lo largo de la semana y esperamos a que lleguen las demás. En la fila del control, nos juntamos con ellas.
El vuelo va en hora (sorprendentemente). Llegamos a la puerta de embarque en el momento que la abren. Perfect timing, justas para un airport dad. Cada una toma su asiento. Aunque sé que me voy a dormir, decido ponerme el capítulo titulado ‘Confessions’ del podcast Gent de Merda, uno de mis favoritísimos. En él hablan del alivio de compartir nuestros pecados con otros o cómo la sociedad está basada en la confesión. “Internet es el nuevo confesionario”.
Últimamente me da más gusto viajar porque me da la sensación de que solo duermo en las nubes. Cuando estoy en tránsito me relajo. También me gusta viajar porque me obliga a estar en un mismo lugar durante un determinado periodo de tiempo. Perfecto para dormir o leer, cosas que últimamente hago menos de lo que me gustaría.
Unas turbulencias y un aterrizaje fallido me despiertan de la siesta. Ya casi estamos. A. ve las ruinas de Monte Albán muy cerca desde su ventanilla gracias a las maniobras del piloto. Esta vez no observo nada que me llame la atención en el avión porque estoy cansada. Aterrizamos. El aterrizaje es el momento que menos me gusta porque siempre imagino muy vívidamente las ruedas chocando contra el suelo y partiéndose. Un besito a los ingenieros.
Rentamos un colectivo solo para nosotras para ir hasta la ciudad. Nos montamos en una mini-van y el chofer nos deja poner la música que nos apetece. Somos como unas rockstars en su bus del tour. Llegamos a nuestro apartamento. Es muy mono y está en el pleno centro de la ciudad.
Nos cambiamos, vamos a comprar el desayuno del día siguiente y salimos a tomar algo antes de ir al restaurante que hemos reservado. Lo hacemos en una terraza mientras vemos relámpagos caer sobre las montañas que rodean la ciudad. Al llegar, suena I Think I Like It de Fake Blood que es una canción que me encanta. La usé en el vídeo que subí a Facebook el día de mi 22 cumpleaños. Estamos contentas y animadas.
Llegamos a Levadura de Olla, el restaurante donde cenamos hoy por recomendación de un amigo. La mesa donde nos ubican está dentro de una especie de patio tradicional, la decoración es tranquila con muebles de madera clara y cerámicas típicas oaxaqueñas: jarrones, tinajas, máscaras… También hay flores ave del paraíso, cuencos con semillas de la zona y mazorcas de maíz.



Para beber, ordenamos mezcalita de frambuesa. Como entrantes, pedimos guacamole para compartir y dos ensaladas de tomate con hasta cinco tipos de tomate. De principal, un mole de guayaba con camarón y coliflor capeada. Esto es lo que más me gusta. En Oaxaca, los moles son una de las comidas más representativas. Su término proviene del náhuatl y significa molido. Son tipos de salsas mexicanas muy condimentadas hechas principalmente a base de chiles y especias espesadas con masa de maíz, tortilla o pan.
Pasamos del postre porque al lado del súper hemos visto un puesto de marquesitas. Las marquesitas son un postre mexicano originario del estado de Yucatán, México. Son un crepe crujiente, enrollado como un taco. Todas nos lanzamos a la Nutella, cómo no.
Después de darnos el capricho bajo la lluvia, vamos a tomar una copa. Callejeamos por las calles del centro buscando un sitio chulo, una mezcalería quizá, pero por una razón u otra ningún lugar nos convence: acabamos en la terraza donde hemos tomado las cervezas de antes de cenar. Llegamos mojadas a una música que nos hace bailar.
Pedimos otras mezcalitas, en este caso de piña. Nos las traen con una bengala. Qué vergüenza, pero bueno, nos echamos unas risas. Hay un tío que suponemos que es el que crea contenido para el bar que nos pide que encendamos unas bengalas, brindemos y nos movamos. De repente, nos dice a ver si podríamos ponernos en fila y no sé qué y le decimos no. A ver qué se cree.
Nos vamos al antro que nos han recomendado nuestros amigos, que estuvieron en Oaxaca en Semana Santa. Está literalmente a 8 pasos del portal de nuestro piso. Llegamos allí, nos pedimos unas palomas y nos sentamos en una mesa alta. Sin entrar muy en detalle, somos como un farolillo bajo el calor de una noche de julio.
Conocemos a un grupo de chicos muy simpáticos. El que viene a hablar con el pretexto de pedirnos fuego, es suizo pero habla un español perfecto. Dice que estudió en Zaragoza. También que es domador de leones. Nos quedamos con su grupo bailando porque son muy divertidos, pero en un momento dado, nos movemos para tomar el aire a la terraza casi vacía y se llena a los segundos. Puros farolillos. Cuando nos vamos, un chico comenta: “Son como celebrities”. Pues con eso nos quedamos. Bendiciones y buenas noches.
22 de abril del 2023
Nos despertamos y preparamos el desayuno que comemos ricamente al sol en el pequeño patio del apartamento. Tostadas, aguacate, huevos, pavo… Un buen desayuno. Como no conseguimos hacer café en la cafetera del piso, vamos a por él a una cafetería preciosa llamada Muss Café.
Es el cumpleaños de mi madre, así que le escribo y le envío el siguiente poema titulado Madre que compartió Alexandra Lores (que, por cierto, es la persona que me inspiró para escribir en Substack con su newsletter chulísima) sus Stories hace un tiempo:
Mi primer recuerdo es mi madre, y mi más grande amor. Un día me dieron la vida, y era mi madre. Madre: Los lazos de este amor se están haciendo tan anchos, tan profundos, tan arcanos...
Siempre, siempre que felicito a mi madre me emociono. El vínculo madre-hija es algo animal, algo que no puedo explicar. Cómo la echo de menos a la tía. Mi ídola. A. me ve emocionada y me abraza cariñosamente. Vale, mientras escribo esto también me emociono.
El guía con el que pensábamos hacer el tour —el mismo con el que lo habían hecho los chicos— nos da plantón. Tampoco es mucho drama porque el Zócalo está lleno de agencias que hacen exactamente la misma excursión. De hecho, gracias a este cambio de última hora, la conseguimos sacar más barata en un ejercicio de regateo grupal.
Para contratar la excursión, el promotor que está en la plaza nos lleva a una oficina con un telar oaxaqueño precioso y un guepardo de porcelana en el escritorio, donde nos atiende una señora de pelo rojo fuego muy risueña. Ahí nos presentan al que será nuestro guía: Un joven estudiante abierto y agradable que nos explica que el orden de las actividades se va a cambiar porque hay previsión de tormenta.
El recorrido del autobús podría trazarse fácilmente siguiendo los puntos de un artículo titulado “Top cosas típicas que ver y hacer en Oaxaca de Juárez”. Todo es tremendamente guiri, pero venimos para dos días, así que es lo que hay.
🚌Primera parada: Árbol de Tule
El Árbol del Tule es el árbol con el diámetro de tronco más grande del mundo. No se conoce su edad real exacta, pero según estimaciones es de más de 2000 años. Para verlo, es necesario pagar 20 pesitos. En un principio, no tenemos pensado entrar, pero vemos que en el mismo recinto donde se encuentra la atracción hay una iglesia preciosa.
Volvemos al quiosco para comprar la entrada ya que la mujer de la puerta no nos deja pasar solo para ver la iglesia sin mirar el árbol. Antes de entrar, echamos unas moneditas en un pequeño estanque que se llama ‘La Fuente de los Deseos y Sueños’. A. me dice: “¡esto te va a encantar!”. Efectivamente. Cierro los ojos y pienso en mi deseo bajo la atenta mirada de una familia mexicana numerosa que espera su turno.
La iglesia de Santa María del Tule es de estilo barroco oaxaqueño (mi movida) y está protegida por las fuertes ramas del enorme ahuehuete. Cuando entramos, están celebrando una ceremonia por los quince de alguna chica. El mosaico del suelo es especialmente precioso.
Al salir, el guía nos muestra animales que se han formado en la corteza del árbol. Un león, un elefante, un changuito (monito) con su bebé, el cuerpo de una mujer… Para verlas, uno tiene que sacar su niño interior dice el joven guía. Le pregunto si no será mejor visitar el árbol después de la cata de mezcal. Hay que romper el hielo.



🚌 Segunda parada: Hierve el Agua
Hierve el Agua es un complejo de cascadas petrificadas de origen natural que se formaron hace miles de años por el escurrimiento de agua con alto contenido de minerales.
Llegamos allí tras una hora larga de viaje en la que el guía hace una dinámica en la que tenemos que presentarnos diciendo nuestro nombre, de dónde venimos y qué es lo que más nos gusta de Oaxaca. Respondo que los colores y la comida. La respuesta más repetida es, efectivamente, la comida.
El Sol viene y va porque hay nubes que lo tapan cada rato. Bajamos por unos caminos de piedras rodeados de cactus para ver de lejos las cascadas y estanques que forman Hierve el Agua. El área recibe ese nombre por el burbujeo que hacen las fosas y que se cree que es causado por la existencia de corrientes subterráneas.
Decidimos cambiar el ver la cascada petrificada desde abajo por bañarnos. Lejos de lo que pueda sugerir el nombre, el agua está fresca. Estamos bañándonos como sirenas en una pequeña piscina natural con vistas increíbles al valle. El Sol acaba por ocultarse tras las rejas de un cielo cerrado y gris y cuando salimos del agua, empiezan a caer las primeras gotas.
Afortunadamente, la tormenta no rompe hasta que estamos dentro del autobús de nuevo. De repente, parece que son las ocho de la tarde de lo oscuro que está. Misión cumplida: hemos disfrutado de Hierve el Agua sin lluvia. Eso sí, son las cinco menos cuarto y no hemos comido. Suerte que hemos sido previsoras con un buen desayuno.



🚌Tercera parada: Buffet libre oaxaqueño
Llegamos al restaurante a las cinco y media de la tarde. Prácticamente estamos solo los pasajeros de nuestro autobús. En él, hay diferentes platos de verduras, fruta fresca, moles, arroz… De todo. Echo de menos unos tamales. Supongo que para la hora que hemos llegado ya no quedan.
Me preparo un plato con arroz, frijoles y mole de pollo con almendras. Luego se me va un poco la olla y ya empiezo a hacer un mix que, como dirían en Catalunya, no cal. De postre, un poco de sandía y piña. Como broche dulce final, un mousse de mezcal que me sorprende de lo bueno que está (dime que estás en Oaxaca sin decirme que estás en Oaxaca).
En el grupo del tour, hay una familia con un niño y una bebé preciosos. El pequeño corretea por el restaurante, juguetea y nos sonríe con sus pelos rubios enmarañados por la cara. Mientras esperamos la salida del autobús a la próxima parada, los relámpagos rompen en el horizonte y te ciegan.
🚌Cuarta parada: Cata de mezcal
Saltamos del autobús para entrar a la fábrica de mezcal donde vamos a hacer la cata sin mojarnos. Todos los asistentes al tour tomamos asiento en una larga barra. A mí me toca entre A. y un chico muy majo. En cada chupito brindamos y apoyamos el vasito. Tacatá. Probamos mezcales jóvenes, reposados y de sabores.
La cata, sinceramente, me decepciona un poco. Mi roomie me había vendido tan bien la que hicieron ellos que la nuestra me parece sosa. Además, es súper rápida. Me da la sensación de haber bebido 10 mezcales diferentes en cinco minutos. No sé. A mí el mezcal me gusta. También el tequila. Me llevo una técnica para beberlos como una bandida.
🚌Quinta parada: Visita a una fábrica textil familiar
Para acabar el tour que ha comenzado a las doce del mediodía, visitamos una fábrica de tapetes típicos oaxaqueños que es precisamente una casa de una familia dedicada a este arte desde hace varias generaciones. Las 36 personas que forman la familia trabajan creando las alfombras, salvamanteles, corredores de mesa y demás objetos decorativos hechos en telares enormes.
Lo que más me gusta de lo que nos cuentan es que para crear los colores rojos, rosados y púrpuras utilizan la grana cochinilla, un colorante totalmente natural que se obtiene de los cuerpos secos de los insectos del mismo nombre. También se le conoce como sangre de nopal, por su nombre original en náhuatl. Precisamente, Oaxaca fue la cuna de la domesticación de este insecto. La familia sigue hablando en náhuatl, una macrolengua utoazteca.
Así como lo recuerdo, la cochinilla domesticada (de forma que es más grande) infecta el nopal domesticado (que tiene menos espinas) para que sea más fácil su recolección. Entonces, muelen el insecto hasta crear un polvo que posteriormente se usa de tinte para diferentes fines. El hombre explota unas cochinillas en su mano para que veamos la explosión de color. Para este momento, ya estoy muy cansada. Casi tanto como el niño monísimo que nos ha acompañado en toda la excursión, aunque sin correr y gritar por toda la casa donde estamos.
Debido a la tormenta, hay algunas estancias sin luz. Por eso, no vemos los colores de los ovillos y telas con toda la claridad que podríamos. Una lástima. El señor que nos hace la visita —el padre de familia— nos hace también una demostración. Es un gusto verlo pedalear, tejer y ver en directo cómo se van formando figuras en el tapete en el que está trabajando en un gran telar de madera.



🚌Última parada: Nuestro piso en Oaxaca de Juárez
Después de todo el día fuera de casa, volvemos a Oaxaca de Juárez agotadas. Pasamos por nuestro súper más cercano y compramos unas chelas y unas aceitunas. Vamos pasando a la ducha y preparándonos para salir a tomar algo.
El ritual pre-fiesta de un grupo de tías es algo increíble. Para mí, como toda acción ritual, este momento conlleva cierto carácter religioso. E. maquilla a las chicas, nos piropeamos, hablamos de diferentes temas, compartimos secretos y con todo esto, parece que es más fácil entender el mundo. Me debo a estos momentos. Yo creo (nunca mejor dicho).
Al final, nos enrollamos tanto a hablar que nos dan las tantas, casi van a cerrar la discoteca. Decidimos ir cuatro de las cinco que estamos a bailar un rato. Total, está a un paso de nuestro piso. A ver qué se cuece.
El lugar está mucho más lleno que la noche anterior. No nos apetece pedir nada, solo movernos un rato. Coincidimos con algunos personajes de ayer. En el piso de abajo, bailamos un buen rato con una tía que se nos une y desune al grupo. Muy random. Suficiente actividad por hoy, regresamos a casa.
Nos desmaquillamos, nos lavamos los dientes, comentamos los últimos chismes, nos deseamos buenas noches y a dormir. Dormir con E. me genera la misma calma que dormir con S. Eso es algo precioso.
23 de abril del 2023
Nos despertamos pronto para lo poco que hemos dormido, pero tenemos que aprovechar nuestro último día. Dejamos todo preparado y vamos a desayunar.
Acabamos en un sitio donde comemos un desayuno hiper pesado. Creo que por culpa de esto tardaré un tiempo en desayunar enchiladas. ¡Mis queridas enchiladas! En fin…
De ahí, visitamos un pequeño mercado con pendientes y colgantes preciosos. Me llevo unos aros plateados preciosos. Seguimos nuestro camino entre calles que me recuerdan a la Antigua Guatemala. Esto me tiene encantada porque fue mi destino de Guate favorito.



Llegamos al Templo de Santo Domingo de Guzmán. Como buena amante de lo recargado, camino hacia el altar con la boca abierta y la mirada hacia el cielo para apreciar todos los detalles la arquitectura barroca novohispana (según leo). Lo que más me gusta es el árbol genealógico del santo que da nombre al lugar. Empieza en el padre del santo, Don Félix de Guzmán quien está colocado en el interior de un nicho en forma de concha. Las ramas se extienden con personajes de la “familia terrenal” hasta llegar a la Virgen del Rosario con el niño en brazos. En resumen, un montón de cosas que me gustan concentradas en un solo techo.



También visitamos un mercado de artesanía con muchas cosas como tinajas. Algunas de ellas tienen formas que me recuerdan a los ajolotes. Wow. Se nota que no estoy bien: tengo la barriga fatal. Con el vestido que llevo parece que estoy embarazada.
De hecho, una mujer que vende faldillas y blusas, mostrándonos producto, me pregunta a ver si quiero probarme una y mi amiga A. le dice: “es que está embarazada” para indicarle que no, porque estoy agobiada y la mujer responde: “Ya se nota”. Performo mi falso embarazo con una mano en mi espalda y la otra acariciando mi barriga. Hacía mucho que no me sentía tan mal.



Visitamos un barrio llamado Jalatlaco. Es una zona preciosa de calles empedradas y murales hiper coloridos. Con un Electrolit en mano, camino por allí alucinando una vez más con los colores de este país.
Volvemos y descansamos un poco antes de comer, recoger nuestras cosas y partir hacia el aeropuerto. Me quedo dormida y me levanto peor de lo que estaba. Así es la vida.


Pedimos dos taxis. Nuestro taxista es un señor enorme al que le cuesta hablar. Su taxi es una carraca que podría perder una puerta en cualquier momento. Empezamos hablando de cosas típicas de Oaxaca como el mole o el mezcal. También nos cuenta que tiene un cascabel de una serpiente vieja que encontró una vez.
Acaba hablándonos de la pésima gestión del gobierno. Llegamos al aeropuerto y lo último que nos dice es: “Si la gente de Oaxaca tenemos que luchar, lucharemos”. Esa perseverancia me fascina, aunque el señor esté hablando de violencia.
Sentada en los asientos del aeropuerto, la señora de detrás le dice a su acompañante: "Lo que más me ha gustado de Oaxaca es que sus gentes están tremendamente orgullosas de su estado". Yo también tengo esa sensación. Sus gentes, platos, tradiciones e idioma me lo han confirmado en cada paso.
Embarcamos en el avión con el atardecer de colores despidiéndonos. Coherente con el estilo de Oaxaca. Cuando despierto de mi pequeña siesta a pocos minutos de aterrizar, las luces nocturnas de la ciudad me saludan como una multitud entregada con su flash del móvil en un concierto.
Nos despedimos todas con la sensación de haber tenido un fin de semana chulísimo. E. y yo cogemos un taxi juntas hacia nuestra zona. Apenas hablamos, estamos muy cansadas. Observo los detalles de mi lado de la carretera.
Una valla publicitaria de Tequila Centenario muestra una botella con alas tomada desde abajo que le hace parecer una botella soberbia. Según el slogan, es la marca más vendida de México, así que puede estar en esa actitud.
Un hotel con un mural que me recuerda a una pintura de Hockney donde está escrito ‘Hotel Swimming Pool. Coming Soon’. ¿Cómo llamaría yo a un hotel? Me parece una tarea difícil porque cada palabra sugiere diferentes cosas a las personas y una sola palabra puede hacer que sea un hotel vacío. Nada me parece más fantasmagórico que un hotel sin vida, vacío y con un nombre poco atractivo.
Con estos pensamientos y una Luna tipo Dreamworks acompañándonos, nos movemos por el tráfico pesado de un domingo por la noche. Mi parada es la primera. Beso a E. y me bajo. Fin de otro fin increíble. Al llegar a casa, unas rosas me esperan en la cama. Es Sant Jordi.
A veces, cuando tengo un momento para pensar, me pregunto: “¿En serio esta es mi vida?”. Pues sí. Así que, la tomo toda y mientras pueda la disfrutaré. Un besito <3