Los recuerdos
Para ser solo unos pocos, bastante rollo. Hay que tener cuidado con la nostalgia.
21 de marzo del 2023
Después de dormir cuatro horas, suena el despertador como si me tirara del pijama. Entre las pocas horas de sueño y mis hormonas, noto cómo pequeñas cosas me están irritando muchísimo. Va a ser un día duro. Hoy es el día de la Poesía y también el inicio de la primavera. ¿Acaso no son lo mismo?
Escucho un podcast sobre la memoria y me parece una pasada. Uno de los motivos por los que empecé a escribir esto es precisamente para recordar más y ser más consciente de lo que vivo porque después de un tiempo todo será —como bien dicen en el capítulo— “un tráiler basado en los momentos más emocionales”. Otras cosas que comentan: que la memoria es lábil o que el concepto de verdad desde el punto de vista científico no tiene solidez. Utilizo muchísimo la coletilla “la verdad”, pero cuando tengo que usarla de verdad es como asomarse a un precipicio.
Bueno, en fin, salgo de trabajar y estoy K.O. Deshago la mochila, pongo una lavadora, ordeno la casa y, al acabar de hacer la cama, me tumbo “cinco minutitos”: me quedo dormida. M. y A. están de camino desde Puebla.
Llegan a casa y charlamos un rato en la terraza hasta la hora de cenar. Vamos a mi pizzería favorita. A. me vacila con que todo el mundo me tiene consentida. Sí, sí, sí, que este amor es tan profundo… M. me ha regalado un libro chulísimo de Tee Corinne para colorear vulvas y para mi altarcito, unos trocitos de coral muerto no aptos para gente con tripofobia.
Después de llevar un rato dormida, un picor en la mano derecha y la pierna izquierda me despierta y alerta de la presencia de un mosquito. Al poco, M. despierta con el zumbido en su oreja. Encendemos la luz y vemos dos grandes ejemplares revoloteando en la habitación. Cada uno mata a uno, ambos están rebosantes de sangre. Mi sangre, concretamente. Que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Ya puedo dormir tranquila. M. dice que duermo como una pachorra: con las piernas levantadas y los manos bajo la cabeza.
22 de marzo del 2023
No sé si es por la primavera, pero me apetece escuchar Tú eres como el fuego de Morodo. Recuerdo que en sexto de primaria, B. nos regaló a mis amigas y a mí discos piratas con cinco o seis canciones suyas. Esa en concreto es romántica, pero las otras… Éramos muy pequeñas para escuchar esas canciones. ¿Seré una madre sobreprotectora? Pienso cuando ayer, no pude dormir hasta que escuché la puerta que me confirmó que A. había vuelto a casa.
A los patrones fruto de las hormonas de los días previos a la regla, voy a añadir la de las ganas irrefrenables de ponerme un pantalón blanco el día que me va a bajar. No falla. Siempre que llega entiendo todos mis arranques existencialistas.
Por suerte, A. y M. están en casa y preparan una ensalada súper rica para comer. A mesa puesta en mi propia casa. Tengo una suerte que no me la creo. Comemos bajo la sombrilla con las jacarandas pletóricas de la calle queriendo subir a la terraza de fondo.
Después de comer, lleno una taza con agua para prepararme un café con leche y café en polvo. Me siento una astronauta. Miro por el ventanal de la cocina de la oficina y veo la azotea de un edificio donde se amontonan coches. No están aparcados, parece que los han dejado como cuando un niño juega con coches de miniatura sobre la alfombra.
Quedo con A. y M. en Cibeles. Todas las estaciones de bicis cercanas a casa están vacías. Camino hasta allí, realmente está muy cerca. Tomamos unas cervezas en una terraza con un neón que reza: Más bueno que tu crush. Se une un rato un amigo de A., es representante de artistas o —como él dice—, “catalizador de sueños”, y nos cuenta aventuras de sus viajes.
Para acabar el día, cenamos sushi en un local cercano a casa. A. y M. han caminado 28.000 pasos hoy. Yo no, pero siento como si un camión me hubiera arrollado. Vamos a casa pronto y, por fin, duermo a las once de la noche. La gloria.
23 de marzo del 2023
Todas las mañanas paso por un edificio con una imagen enorme de Leona Vicario. Fue una de las protagonistas de la Independencia del país, nombrada Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria, y la única mujer en México a quien se le han hecho funerales de Estado. Imagínate llamarte Leona y ser una heroína nacional. Una pasada.
Voy con el pelo secado al aire como si fuera Mowgli paseando por una jungla de cemento. El flequillo se me riza como una secuencia de ADN. Lo que más me gusta de vivir al lado del mercado es ver a hombres llevando flores al por mayor. La rudeza portando la delicadeza. Abren sus furgonetas viejas y descoloridas y brotan flores jóvenes y coloridas. El olor al pasar por la entrada es fresco y húmedo, me recuerda al olor de una floristería que había en mi barrio, aunque esa tenía unos matices que la hacían especial. También ese aroma tiene el recuerdo de una vez que estuve dentro con mi padre. Cuando ya llevaba años cerrada, aún me llegaba esa esencia a veces.
Al salir de trabajar, necesito dormir un rato. Esta semana es más corta, pero es muy intensa. Quedo con M. y A. en el Ángel, como una última ceremonia de las cosas que más hago aquí.
Mientras los espero, se acerca un chico vendiendo enjambres. La última vez que lo vi le hice la promesa de que le compraría uno. Me dice su nombre y de dónde es y charlamos un ratito.



Llega primero A. que se sienta a mi derecha, en el lado de la guerra. Al poco llega M. que se ubica a mi lado, donde la paz. Estamos charlando hasta que un chico llega, le da play a un pequeño altavoz y empieza a sonar una base de rap. Tira una improvisación, como la de los chicos que improvisan en el metro de Barcelona, en la que acierta que M. es de Barcelona y A. vasco y dice que tengo muy buen gusto. Hombre, pues tú qué crees. La situación es muy graciosa. Acaba diciendo que sus amigos le llaman loco, mientras que otros le consideran un artista y añade: “¿Uno puede ser artista sin estar loco?”.
Vamos para casa. Los A. van a cortarse el pelo. Mientras montan una barbería en casa, M. y yo tomamos unas chelas en la terraza y bailamos las canciones de nuestra vida. Según un estudio científico que leí, bailar juntos mejora la resistencia al dolor y libera endorfinas. También escuchamos el EP de Rosalía y Rauw Alejandro en la oscuridad de mi terraza que es lo más bonito que puede pasar. Si es libre la caída / Da igual cómo empiece, es cómo termina…
Montamos un terraceo improvisado, bajamos a por algo para cenar y estamos ahí charlando tranquilamente. La temperatura es agradable. El momento también.
24 de marzo del 2023
Me despierto, me giro y M. está en el lado de la cama que normalmente no ocupo. Hoy es su último día en la ciudad. Se me hace un nudo en la garganta. Lloro porque otra vez tengo que despedirme de él. No me gustan las despedidas. No me gusta no saber decir las palabras que quiero decir. Todas se agolpan en mi cabeza y se atascan. Supongo que mejor no decir nada. Tu corriente todo se lo lleva…
Trabajo unas pocas horas porque a las doce tenemos un evento de becarios. Antes de ir, me junto con M. y A. de nuevo para despedirme definitivamente. No quiero, pero es lo que hay. M. y yo no decimos nada, pero ya sabemos todo, los dos tenemos los ojos igual. Hacemos una despedida como es M.: contenida y práctica. Te quiero muchísimo. Me subo a un taxi y desde la ventana digo adiós mientras empiezan a caer unas lágrimas por mi cara. Me duele la garganta también ahora. El ritmo de la ciudad solo me da unos minutos para procesarlo. El fin de semana ya tendré más tiempo (ella contenida y práctica, todo se pega).
Llegamos al destino, nos dan una charla, explicamos un poco quiénes somos y… a comer. Que para eso somos euskaldunes. Comemos unos pintxos, entre ellos tortilla, así que me pongo algo contenta. También croquetas, champis… Lo hacemos en un frontón, todo es como estar en casa. La cosa se empieza a caldear porque, aparte de que la tejavana hace efecto invernadero, hay cervezas gratis y las copas son baratas.
En cuanto la luz del día se va, sube la música y nos ponemos a bailar. Una vez un amigo me dijo que la gente cuando baila siempre sonríe. La mayoría sí. Llegada una hora, nos botan del sitio y tenemos que irnos con la fiesta a otra parte. Yo estoy muy cansada, así que propongo ir a cenar. Vamos cuatro a comer unos tacos y dos se van de fiesta al acabar. La edad no perdona. No, pero para A. los viernes son criminales y yo vengo de una semana intensa en muchos sentidos. Ya fue.
Al llegar a casa, una planta me espera en la mesilla. Mientras abro (rompo torpemente) el pequeño sobre con los dedos, sé que su contenido me va a hacer llorar. Efectivamente, sus palabras me mojan los ojos.
Y aunque pase el tiempo, no olvidarme de nada… Me duermo haciendo un repaso involuntario de la semana, el mes, los días, las horas. México es como la casa de Gran Hermano: Todo se magnifica. Es emocionante, a veces agotador; siempre intenso.
25 de marzo del 2023
Me despierto temprano con las dudas propias de una resaca emocional. Tumbada de lado, una lágrima se escapa veloz de mi ojo. El sol dibuja figuras sobre la sábana. La planta que M. me ha regalado se despereza en la mesilla junto a una nota cuyas palabras el viento no se puede llevar. Las hojas combinan el verde con rosa palo que, junto al negro, es mi color favorito.
Quedo con A. para dar un paseo y desayunar. La idea inicial era esa y cada uno irse a lo suyo, pero encadenamos plan y visitamos el Jardín Botánico. Desayunamos en una mesa de picnic de Chapultepec rodeados de zacates, unos pájaros de cola larga y pelaje negro azulado brillante. Uno de ellos planea por las ideas de A.
Hace unos años, D. me preguntó cuál creía que era mi primer recuerdo. Yo le respondí que, siendo pequeña, tengo el vívido recuerdo de estar bajo los árboles y ver los rayos de Sol colándose entre las ramas. Todo ese brillo está guardado en alguna parte de mi memoria y lo he decidido colocar entre los primeros años de mi vida. Ahora, cuando estoy bajo árboles y el sol se cuela, lo siento como un guiño al pasado, pero sobre todo, a la idealización de los momentos. Supongo que es inevitable.
Me sorprendo contando cosas de mi vida que poca gente sabe mientras bebo café en una tacita de barro con margaritas pintadas. Después de sorprenderse o sonreír, en la cara de A. se queda el eco de su expresividad. Sobre todo ahora que el Sol le ha pegado bien.



Es la fiesta de la primavera y en la entrada al parque hay un grupo numeroso de personas vestidas con trajes regionales y máscaras. El traje tiene sombreros de plumas en forma de margaritas. Como siempre, el conjunto es colorido y expansivo. La primavera ha llegado como una explosión.
Después de media mañana charlando en la mesa de picnic, caminamos hacia el Jardín Botánico. En el invernadero, la humedad te susurra y las plantas te atrapan. Fuera, un ordenado jardín de cactus forma un paisaje mágico. En el camino hacia no sabemos dónde, nos cruzamos con un árbol conocido como bella sombra u ombú. Cuando llueve, en sus raíces redondas se forman pequeñas piscinas.
Más adelante, un prometedor cartel reza “Entra y descubre” y nos lleva por un sendero decepcionante. En un pequeño lago, se bañan las figuras plateadas de mosquitos gigantes. Subimos por una pasarela hacia un árbol con una corteza que A. le recuerda a la piel de elefante. Lo abrazo porque dicen que es antiestrés. (Bueno, lo abrazo porque ante todo soy una teatrera.) Solo somos simples espectadores de la naturaleza.
Al salir de allí, nos encontramos con tres ardillas. Una de ellas come de forma tierna sobre las raíces de un árbol y hace el amago de acercarse. Seguimos nuestro camino hacia un puesto de gorditas. De postre, me pillo una con Nutella. Me la como como la ardillita estaba comiendo sus alimentos. El calor es ruidoso y el gentío sofocante. Tres patos aterrizan en el lago del parque.
Vamos a agarrar una bici y cada mochuelo a su olivo. Pedaleo por Reforma observando la mirada perdida de los turistas, el descanso de algunos locales y el tráfico (algo más) ligero del fin de semana. Llego sudada a la estación situada en una pequeña plaza, así que las jacarandas rebosantes junto a una escultura de piedra surrealista parecen parte de un sueño febril. Esa escultura fue la primera que vi al llegar a la ciudad y pienso que cuando me imaginaba a los personajes de Pedro Páramo eran como ella: deformes y enigmáticos.
Llego a casa perseguida por un cielo gris. ¿Va a llover? Me meto a la cama para echar una siesta y un trueno me da la respuesta. En pocos minutos, cae una lluvia que forma una capa de agua en la terraza y choca enfadada sobre los cristales. Un estruendo seguido de un rayo me avisa que está sobre mi cabeza. Me encantan las tormentas. Después, siempre llega la calma.
Cambio mi cama por la de A. para compartir confidencias. Las conversaciones que más me gustan suelen ser en una cama o bajo las estrellas, que viene a ser lo mismo. Él se enamora una media de dos veces por semana, así que tiene historias. Su agenda telefónica cada vez tiene menos espacio y su agenda está llena varios días a la semana. La vida va muy rápido.
Bajo a mi pizzería favorita para pillar la cenar. Me pongo un poco sensible porque mientras espero mi pizza, suena What I Like About You que es una de mis canciones favoritas de todos los tiempos. Me conecta con una época de mi vida en la que no sabía lo que su letra significaba de verdad. Seguramente la descubrí en Tumblr y eso me hacía sentir tan especial…
Cuando me quedo sola en mi habitación, escucho de fondo el murmullo alto de la ciudad. Es sorprendente porque muchas veces me recuerda a los sonidos de la naturaleza. Me imagino un gran río corriendo entre los rascacielos, una tempestad chocando contra sus grandes cristaleras, una siesta al borde de la piscina donde el ruido se convierte en una nana.
26 de marzo del 2023
He soñado que me casaba. Mi vestido llegaba la misma mañana de la ceremonia y tenía una especie de tul con brillantes que era tan largo que necesitaba un arreglo urgente. Los invitados iban llegando a una iglesia demasiado pequeña que acababa inundándose. Todo lo que podía salir mal, salía mal.
Me despierto temprano. Estoy descansada, aunque sorprendida por el simbolismo del sueño. Después de una ducha fresca, salgo a la calle a tomarme un café. Como hace mucho calor, la palabra frappé se ilumina sobre el resto en el cartel. Camino por un paseo de la Reforma cerrado al tráfico. La gente corre, camina, patina o va en bici. Llego a mi destino: el Museo de Arte Moderno. Los domingos la entrada es libre. Una cúpula dorada sobre una escalinata doble da la bienvenida.
En la primera sala, me recibe un gran cuadro de Frida Kahlo. Encontrarme con él me hace ilusión porque el primer libro que compré de Taschen era el suyo y he visto tantas veces sus colores, trazos y pinceladas que siento que le conozco. En Las dos Fridas (1939), sus gotas de sangre caen sobre su falda y en un acto mágico, se convierten en flores y aves. Para mí eso es México. Me quedo observando las manos unidas, algo que me encanta. Este gesto representa que la pintora se tiene a ella misma para salir adelante, por lo que sus “dos yos”, en un acto de sororidad, se toman de la mano. Es así.



Tengo un nuevo material favorito: la piedra recinto. En el museo, veo muchas esculturas con esta piedra volcánica que surge de la solidificación de la lava. Sus principales características son su gran resistencia y porosidad. Mi otro material favorito es el acero corten, que me recuerda a Chillida y, por tanto, a mi padre. De este material no hay ninguna obra aquí.
Al final de mi visita, voy a dar a una pequeña sala con unas pocas fotografías de Manuel Álvarez Bravo, fotógrafo mexicano. Me gustan mucho, especialmente una galería de cuatro imágenes titulada Cuatro del ángel del temblor (1957). En ellas pueden verse los estragos del terremoto de 1957 que tiró la figura del Ángel de la Independencia.
Después de un paseo por el jardín escultórico, entro al Bosque en busca de un sitio para descansar y leer un rato. Una pareja se besa junto a un árbol centenario. Pienso en la fugacidad de los besos frente a la larga vida de los árboles. Convenientemente, un grupo tiene una batalla de espadas en la parte del bosque que se llama la Calzada del Rey. El choque de metal se escucha por encima de mi música que justamente habla de otro arma (mi pistola no tiene seguro se dispara sola). Un tren chuchú me saca de mis pensamientos con su bocina.
Me dirijo a la Fuente de la Templanza que con su nombre me seduce para mi objetivo. Hace tanto calor que me suda la ojera como cuando como picante. Junto al agua, se está muy a gusto, aunque decido alejarme un poco porque hay gente bailando zumba y su música no me deja estar tranquila. Encuentro un bella sombra y sus raíces redondeadas me parecen un buen asiento, aunque al ratito se libra un banco y me abalanzo sobre él. Empiezo a leer El laberinto de la soledad.



Desde hoy, me separan 8 horas de España. Mi Osaba decía que el tiempo de la vida es como una regla de medir. Con la diferencia horaria me pasa un poco así, yo estoy en un punto y mi familia y amichis en otro, pero a la vez en la misma línea. No sé si tiene sentido. Mi madre responde a mis mensajes, así que decido hacerles una videollamada. Hablamos un rato, pero como hay mucha gente en el parque, la cobertura es malísima. A partir de hoy, tendremos que cambiar ligeramente el horario en el que hablamos ya que aquí no cambian la hora.
Como una ensalada de pasta que prepararon A. y M. el otro día mientras hablo con M. Al acabar, me tumbo a leer y llego a la última página de Nada de Laforet. Tengo el corazón roto. Ojalá no lo hubiera acabado nunca. Se pone a llover y tronar otra vez. El Sol se refleja dorado sobre el edificio que se ve desde mi ventana y lo tiñe todo. Busco el arcoíris, pero no lo veo.
Quedo con A. para ir a su casa. La idea es bañarnos en la piscina, pero el aguacero de ese momento dice que ni de coña. Estamos en casa tranquilamente y E. y yo decidimos pedir una pizza (sorry not sorry). En lugar de pedir una grande, pedimos dos pequeñas para compartir. Cuando llegan son pequeñitas, pero al acabar de cenar nos damos cuenta de que ha sido el tamaño perfecto. Calidad por encima de cantidad. No hay que comer por los ojos. Están buenísimas.
E. se retira pronto porque tiene un viaje de negocios que le lleva al norte del país mañana temprano. Me quedo charlando un rato más con A. y es momento de cerrar otra semana más. Como siempre, estirando el fin de semana como un chicle.
Un besito <3
(Inicialmente iba a titular esta semana “Los patrones”, pero me he dado cuenta de que estoy más nostálgica que rutinaria. Ya llegará —o no— ese estado)
escribe un libro... yo lo dejo caer ;)